Libros tóxicos.

En alguna ocasión (no recuerdo muy bien dónde) leí u oí hablar sobre la toxicidad de determinadas lecturas. Esa idea vino directamente a mi mente cuando, preparando hace unos días algunos materiales para la asignatura «Fundamentos de Política Social«, cayó en mis manos un «ejemplar» (sirva el entrecomillado para dotar a la palabra de un doble sentido) de un libro que, a mi juicio, debería figurar entre las lecturas más peligrosas por su alta toxicidad, porque se trata de uno de esos libros que, si no tienes a mano el protector adecuado, te contaminan hasta ensuciar tus pensamientos y tus sentimientos.

El libro es de un autor que no conocía, Dídac Fàbregas i Guillén, pero que, a juzgar por la solapa, parece acreditar una larga trayectoria que incluye la militancia política, la gestión pública y las responsabilidades en la empresa privada. Su biografía señala como hitos fundamentales su participación en la fundación de Comisiones Obreras (en 1962), su pertenencia al Consejo Nacional del PSC y en el Comité Federal del PSOE, su labor como director general en diputaciones, gobiernos autonómicos y gobierno nacional… (sic), así como sus múltiples cargos de presidente y vicepresidente de empresas de lo más variopintas (energéticas, de saneamiento, etc.).

Bueno, pues Fàbregas firma el panfleto hipertóxico de casi 400 páginas «El Estado subvencionador contra el Estado de Bienestar», publicado por Ediciones Invisibles (Barcelona, 2012). En él se pueden leer, por ejemplo, «sentidas» diatribas contra los derechos sociales y su reconocimiento como ésta: «los derechos económico-sociales no son inherentes a los derechos fundamentales de la persona que consagran las constituciones democráticas; estos derechos se tienen, en función de la participación concreta y particularizada en el proceso de creación de la riqueza productiva (…). No hay igualitarismos posibles en derechos económico-sociales, y además no serían ni justos ni equitativos, y no estimularían la obligada participación continua en el proceso productivo de las personas. Por el contrario, este igualitarismo estimula el parasitismo improductivo y asocial» (pág. 51). En otro momento, cuando analiza el Nuevo Indicador Europeo de Pobreza y Exclusión Social y los resultados que, de acuerdo al Consejo Económico y Social, su aplicación tiene en España (por ejemplo, que en España habría 10,5 millones de personas en situación de pobreza y exclusión) , Fàbregas se pregunta: «¿Cómo pueden ser tan retorcidos y malignamente racistas, y carecer del más mínimo sentido del respeto por la dignidad de los pobres del mundo real, con tal de justificar su sueldo estos funcionarios y vividores profesionales de la ayuda a la supuesta pobreza nacional española?» (pág. 62). Y, casi a continuación, hablando de las entidades del Tercer Sector de Acción Social, a las que llama «vividores profesionales de las falsas cifras de la pobreza oficial«, nos ilumina con la siguiente e insultante reflexión: «Qué tamaña inmoralidad y cuánto derroche de dinero público de los contribuyentes nos cuestan estos parásitos profesionales de la pobreza oficial, los que viven de recibir estos subsidios por su condición de ‘pobre oficial’, y los que viven de organizar profesionalmente su trabajo y sus salarios para atender a dichos ‘pobres oficiales‘» (pág. 63). Y no sigo… porque con uno contaminado (ése soy yo) ya es suficiente.

Me avergüenza leer reflexiones como éstas, hiperideologizadas y disfrazadas de cierto academicismo (que, a poco que se arañe, se rebela barato e insustancial). Tendría muchas razones que serían largas de explicar para avergonzarme pero creo que con los fragmentos que he copiado literalmente he dado más que suficientes.

Admito que haya quien suscriba opiniones como las de Fàbregas… incluso, que haya quien las aplauda, defienda y trate de extenderlas. Lo que no puedo aceptar es el estilo insultante, hiriente y retador que el autor asume desde una atalaya pseudoacadémica. Y, sobre todo, no puedo quedar indiferente ante su falta de empatía con la realidad que nos circunda y con las personas que están sufriendo los efectos más sangrantes de la crisis y de la desprotección progresiva que supone la puesta en práctica de sus reflexiones. Después de un día de huelga, leer a Fàbregas aún hiere e insulta más.

 

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2 respuestas a Libros tóxicos.

  1. Raquel Alario dijo:

    Y personas como esta son las que poseen el «mando» para generar múltiples decisiones que nos afectan a todos. Sería más beneficioso para nosotros que este tipo de personas se queden en casa controlando solamente su propio «mando» de TV.

  2. Muchas gracias por tu comentario, Raquel! Tu reflexión es la misma que está moviendo a multitud de gente a la protesta en las calles, en las aulas, en los blogs… La gente percibe lo que tú dices con más claridad y critica la brecha entre representantes y representados. Precisamente ayer hablamos de los límites de la democracia representativa en clase, ¿recuerdas?

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