Prólogo del poemario “TrinchERA de verS.O.S.” de Mercedes Pastor Segovia.

Escribir en medio de la desolación y el desasosiego no es fácil. Enfocar bien la mirada, rodeados de tantos luminosos y neones, resulta, en ocasiones, imposible. Escuchar el sonido de la vida, cuando todo es ruido, es una tarea inalcanzable. Dejarse acariciar por las risas y los llantos, encapsulados en el frío látex de la distancia tecnológica, ha quedado ya fuera de nuestras pretensiones.

Conocí a Mercedes una tarde de invierno, en la que me asomé a su activismo poético, beligerante como el amor y atrevido como la belleza, ilusionante como los pensamientos heterodoxos, jubiloso como la diversidad que nos enriquece. Otro día lluvioso de otoño, escuché sus versos entre álamos y cipreses, recordando los que había escrito Mario Benedetti: “Aprovechemos el otoño / antes de que el futuro se congele / y no haya sitio para la belleza / porque el futuro se nos vuelve escarcha”. Ese día aprovechamos para alzar juntos la voz por la paz que, ya escribió Gloria Fuertes, son “Sólo tres letras, tres letras nada más / para cantar PAZ, para hacer PAZ. / La P de pueblo, la A de amar / y la Z de zafiro o de zagal. / De zafiro por un mundo azul / de zagal por un niño como tú”.

Desde entonces han pasado muchas cosas, las nubes han oscurecido los días y las estrellas han perlado las noches. Desde entonces ha pasado la vida que, en palabras de Luis García Montero, “tiene pétalos y un rosal donde tiemblan las historias”. Historias buenas y malas, felices y tristes, gozosas y devastadoras. La vida brota en los versos de Mercedes. La suya, su vida, y las ajenas, las de todos.

En sus versos emergen los desahucios, pero también las muchas formas de amar en la compasión y en la acogida. Desde sus letras nos interpelan los ahogados en nuestro mar, que es a la vez uno y todos los mares, pero también nos deslumbran los faros sociales de los comprometidos con la justicia. En su boca se arremolinan las personas sin voz junto a los que alzan la suya para que la oigamos todos. Cuando la leemos nos piden paso los expulsados a los márgenes, que reclaman estar aquí donde nosotros estamos. Y vemos a los invisibles que nos recuerdan que ellos somos nosotros, que nos exigen ser reconocidos en su dignidad, que es la nuestra. Cuando la oímos recitar, entre sus palabras escuchamos el estruendo de las guerras y el sonido de la desolación y de la muerte, pero también el grito de la vida y de los que la defienden. Desde sus poemas surgen las manos de las mujeres atacadas y victimizadas que se unen a las manos de las supervivientes, de las que reclaman sororidad, de las que gritan se acabó. Y afloran, también, las manos de los hombres que las acompañan. En sus poemas nos tropezamos con nosotros discriminando, insultando, mirando hacia otro lado, sentados en nuestra confortable silla de diseño, pero también encontramos a quienes encarnan la virtud cívica del que siente al otro.

Me encanta pensar que Mercedes sigue al pie de la letra las reflexiones que Sylvia Plath nos dejó en sus diarios: “Quiero saborear y celebrar todos y cada uno de los días, no temer la experiencia del dolor, ni encerrarme en un caparazón para evitar sentir, ni dejar de interrogar y cuestionar la vida, ni terminar tomando el camino más fácil. Que jamás deje de aprender y pensar, de vivir y aprender con una lucidez, una comprensión y un amor siempre renovados”.

Mercedes nos invita a celebrar esa vida, a disfrutar el emocionante reto de aprender. A recordar el amor que otros y otras nos han legado. Y, sobre todo, a conmovernos y movernos.

Muévete, dice Mercedes, porque tus derechos importan, tus derechos son inalienables, nadie te los puede quitar aunque no se reconozcan o se pisoteen, porque tus derechos son tuyos, porque tus derechos son los míos. Porque todas las conquistas sociales son irrenunciables, pero nunca definitivas. Muévete, escribe Mercedes, y por eso construye, como un albañil de sueños, poemas del aquí y del ahora, con ladrillos políticos que no se arrojan contra el otro, sino que edifican casas comunes en las que encontrarnos todas. Muévete, pide Mercedes, hilvanando frases que, después de tiempo leídas, resuenan como campanas tañidas para llamar al compromiso cívico y a la acción transformadora.

Mercedes grita ante la injusticia normalizada, se revuelve ante el maltrato institucionalizado, tiembla ante la desigualdad estructural, denuncia la discriminación alentada, se indigna ante el sufrimiento que no conoce alivio, abre bien los ojos ante la intolerancia vitoreada, no se queda con los brazos cruzados ante quienes caen sin protección. Dice no a los recortes en los servicios sociales, no a la sanidad pública jibarizada, no al pin parental y a la educación pública maltratada, no a la vivienda como un lujo, no a la ridiculización hiriente de una renta universal, no a la cultura como arma de destrucción masiva, no al empleo indecente que aliena y erosiona. Y cuando grita, se revuelve, tiembla, se indigna, abre los ojos, alza los brazos y dice no, entonces nos ayuda a imaginar otros mundos habitables donde diseñar proyectos de vida colectivos, tejer lazos comunitarios, restaurar vínculos rotos y construir archipiélagos de humanidad.

Decía la Celestina, esa mujer denostada, perseguida, calumniada, objeto de chanzas y reproches, esa mujer hedonista, vital, inteligente… que “La ajena luz no te hará claro, si la propia no tienes”. A Mercedes le sobra luz. Les invito a dejarse iluminar y deslumbrar por ella. Lean lo que dice, escuchen cómo nos lo dice, dejen que les hable al oído porque sus poemas son plegarias, son mensajes S.O.S. y son, también, balizas de esperanza para no perdernos, para encontrarnos a nosotros mismos y para encontrarnos con los demás.

Gracias Mercedes.

Juan Mª Prieto Lobato. Valladolid, mayo de 2024

Prólogo del libro: Mercedes Pastor (2024). Trinchera de verS.O.S. Editorial Suseya: Valladolid.

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