Ayer tuve ocasión de participar en la manifestación organizada en Valladolid por las mareas blanca, verde, naranja, violeta,… «en defensa de lo público, de los derechos civiles y sociales».
Fue gratificante compartir el espacio público, la manifestación, el calor de los abrazos, las reivindicaciones, los cánticos, la indignación, las reclamaciones, la esperanza en el cambio, la alegría de encontrarnos, los paraguas, las conversaciones, la tristeza de lo que nos une, las ganas de seguir en la calle, la música… con familias, con Esmeralda y su confeti, con trabajadores/as sociales, con Mª Ángeles y sus risas, con jóvenes universitarios, con mayores, con Magdalena y su marido, con médicos residentes, con niños/as en sillas de ruedas, con Lara, Cristina y María (mis alumnas) provistas de globos y de unas sonrisas que iluminaban una tarde desapacible… unidos/as contra la desmantelación progresiva del (en sus mejores momentos ya insuficiente) Estado de Bienestar que, con un enorme esfuerzo, se fue construyendo en España desde la instauración de la democracia.
Fue desconcertante comprobar cómo arrancaba la marea naranja en la Plaza Colón con un pequeño (no quiero decir muy pequeño) grupo de personas, incombustibles y animadas, que sostenían con fuerza y determinación la pancarta de cabecera con el eslogan «NO a los recortes en dependencia; NO a los recortes sociales». En el transcurso de la marcha, la marea fue creciendo, al igual que aumenta el desasosiego con cada medida política que erosiona (un poco más) los servicios públicos, pero también de la misma forma que se refuerza la voluntad de seguir en la denuncia de lo que está siendo el mayor retroceso en los derechos sociales de nuestra historia reciente.
Fue emocionante asistir a la unión de las diferentes mareas en la Plaza Zorrilla, a la suma de las reivindicaciones sanitarias, educativas, de servicios sociales, del colectivo Stop Desahucios, de los parados en movimiento, de las mujeres… a la mezcla de colores, a la suma de voces que no se callan, cada cual con su reivindicación (que en todos es la misma), a la confusión de eslóganes bien ordenados, al encuentro de esperanzas, al abrazo de indignaciones bien justificadas, al cruce de miradas perdidas que tienen un horizonte (que en todas es el mismo).
En algún lugar leí que en ocasiones la vida, y no la literatura, nos ofrece las mejores metáforas. Ayer fui un afortunado protagonista de una de ellas: una tarde invernal que presagiaba una noche sin estrellas… y un buen puñado de personas con frío,… pero en la calle, apoyándose.
Más información:
En la Plataforma Social de Valladolid.